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La carta al padre en la obra de Franz Kafka

Por: Rosario Herrera Guido

En la mesa sólo había

que ocuparse de la comida,

pero tú te limpiabas

y te cortabas las uñas,

afilabas lápices,

te limpiabas los oídos

con un mondadientes

[…] si a mí me agobiaban

era sólo porque tú, un ser

[…] determinante,

no acatabas los mandamientos

que me imponías a mí.

Franz Kafka, Carta al padre.

Introducción

En compañía de los filósofos Walter Benjamin, Gilles Deleuze y Felix Guattari, comparto dos tendencias en la obra de Kafka: la experiencia mística y la experiencia del hombre moderno de la gran ciudad. En función del breve tiempo con el que cuento, sólo me voy a detener en la segunda, la experiencia del hombre moderno en la enorme ciudad, en la que Kafka despliega sus con la arbitraria ley paterna y el poder profético de su máquina literaria.

Al lado de Walter Benjamin, tanto en la Carta al padre como en su obra, es posible descubrir variaciones de un mismo tema: el palimpsesto del poder, una pintura arriba otra pintura y un nuevo texto sobre uno antiguo, pero con un mismo tema: el poder.

El epígrafe con el que abro, trata de mostrar que La carta al padre está de diversas formas en la obra de Kafka: el padre, que dicta mandamientos, pero no los cumple, lo podemos apreciar en el Estado totalitario que Kafka profetiza y que está tocando a las puertas de la historia contemporánea.

Desarrollo

Walter Benjamin, con su lectura teológica de El Castillo, símbolo de un orden superior y de la gracia, El proceso, cual representación de un orden jurídico y América, la vida terrena, da lugar a un palimpsesto del poder. Lo sugiere Benjamin al citar El proceso: “Las tribunas están llenas de gentes […] el techo —que en Kafka siempre es bajo-—oprime y pesa; por eso han llevado cojines para apoyar en ellos la cabeza. Y esta es una imagen exacta de lo que conocemos como capitel […] en las columnas de tantas iglesias medievales […] Kafka no pretendió imitarlas. Pero si tomamos su obra como un disco reflectante, aparecerá ese capitel, que desde hace mucho tiempo pertenece al pasado, como un objeto propiamente inconsciente de su descripción […] Con otras palabras, en el futuro” (Benjamin, luminaciones I, Madrid, Taurus, 1993:211-212).

El palimpsesto del poder pertenece a un tiempo gramatical también recuperado por Elena Garro en su novela Recuerdos del Porvenir, en Gabriel García Márquez en El otoño del Patriarca o en George Orwell y su gran obra 1984, que se expresan en un tiempo verbal llamado “futuro perfecto” (“habrá sido”), el tiempo de la repetición, el eterno retorno de Friedrich Nietzsche, el pasado que regresa como futuro, con distintos personajes pero con el mismo tema: el arbitrario y absurdo poder.

Porque, las invito a reconocer que Kafka denuncia en La carta al padre es el vacío mismo de la ley, que le permite profetizar el poder autoritario del Estado. Una ley que tanto en La Muralla China y como en El proceso es incognoscible, pues nadie conoce ni su naturaleza ni sus límites.

La carta al padre, como la obra, es profética. El padre no puede cumplir la ley perversa que dicta a su hijo: “Por ello [dice el joven Kafka] el mundo quedó dividido para mí en tres partes: una en la que yo, el esclavo, vivía bajo unas leyes que sólo habían sido inventadas para mí y además, sin saber por qué, nunca podía cumplir del todo; después otro mundo que estaba a infinita distancia del mío, un mundo en el que vivías tú, ocupado de gobernar, en impartir órdenes y en irritarte por su incumplimiento, y finalmente un tercer mundo en el que vivía feliz el resto de la gente, sin ordenar y obedecer” (Kafka, Carta al padre, Boek, México, 1990:18). Un tercer mundo, concebido fantásticamente como libertino, el de las masas, para las que como todo está prohibido, todo está permitido, es decir, todo está pervertido.

La obra de Kafka es profética, pues vaticina la ley perversa del nazismo, donde la masa debe cumplir al pie de la letra la ley del nazismo, mientras Hitler se autoriza todo tipo de licencias (Benjamin, "Construyendo la Muralla China", Iluminaciones I, Madrid, Taurus, 1993:212).

Kafka, con su contradictoria experiencia con la ley del padre, vaticina la ley del terror de los campos de concentración y de las cárceles modernas, en las que la culpa es lo más desconocido para el prisionero, pues la ley no se dice, sólo se escribe en la carne del condenado. Una ley incognoscible, no por su trascendencia, ni por estar enmascarada en las antesalas, pues su pobreza es inútil para el juez, el carcelero, el verdugo, el prisionero y la justicia misma. Por eso la ley se busca en las antesalas y las cortes, donde a la entrada puede haber hasta una lavandera.

Lewis Carroll, lo ilustra ejemplarmente en su Alicia en el País de las Maravillas, a través del juicio que el Gozque le propone a un ratón: “Híjole un Gozque / a un ratón / con quien tuvo / una gran cuestión: / ‘Ven conmigo / al juzgado; / el proceso / ha comenzado. / Es inútil / rehusar: / la Ley / has de acatar. / Me siento / esta mañana / muy contento, /dispuesto a pleitear’. / El ratón / dijo al Gozne: / ‘Un proceso, / estimado señor, / sin juez / ni jurado, / tiempo es / malgastado.’ / Astuto como era / y avisado, / dijo el Gozque: / ‘Juez y / jurado / yo seré, / mi estimado. / Escucharé con / deferencia / cuanto digas / y después / mi sentencia / dictaré: / ¡Pena de / muerte!’” (Carroll, Alicia en el país de las maravillas, México, Porrúa, 1972:13).

La ley perversa que es posible reconocer en la Carta al padre, profetiza que se le va a encontrar en el engranaje del Estado moderno, que con su maquinal proyecto la lleva hasta la dimensión de lo siniestro, al convertir en reales todos los fantasmas de la existencia: la falsedad de todo proceso, la tiranía, el despotismo, el fascismo, el totalitarismo, la burocracia y ahora en México, la cuatitud, el nepotismo y la camaradería de partido.

El proceso está en la Carta al padre, lo dice el joven Kafka: “[…] perdí la facultad de hablar […] el lenguaje fluido habitual de los hombres lo habría dominado. Sin embargo, tú me negaste ya pronto la palabra […] ‘¡No contestes!’. Y esa mano levantada a la vez me han acompañado desde siempre” (Kafka, La carta al padre, México, Boek, 1990:20).

Por eso, en el Proceso, todo juicio es falso porque enmascara a tinterillos de papel podrido y falsas cortes, pues el objeto de la justicia sólo es el poder mismo. Todo proceso es falso porque los libros de leyes están llenos de obscenidades. Por ello el indiciado no descansa de escarbar todos los archivos, para descubrir que no conoce su delito y que la inocencia es imposible de demostrar, porque la culpa es ignota e impagable.

Conclusión

Como interpreta la filósofa española Ana Lucas Hernández, la lectura que Benjamin hace de Kafka: “Su necesidad teórica de redimir el pasado muerto, frustrado en el mismo momento de nacer, de hacer justicia a las cosas, de planificar una vida de mayor felicidad para la condición humana surgieron como en el caso de Kafka —cuyas vidas tuvieron puntos en común— de la constatación de la mezquindad del mundo, de su barbarie, de su miseria, de la precipitación del mismo hacia la nada, a la cual, sin embargo, se conjura desde la falsa coartada de la imperecedera dimensión social con quiméricos y embriagadores proyectos institucionales y organizativos de inabarcables horizontes que eluden la auténtica misión de la sociedad: la realización plena de los individuos a los que por el contrario, en nombre de la misma empresa inmortal se les sacrifica, añadiéndose así al concepto trágico del mundo la nota burlesca de la condición grotesco-cómica y teatral del hombre, a pesar de ello tan amarga como nostálgica” (Lucas Hernández, El trasfondo barroco de lo moderno, Madrid, UNED, 1988:84).

Deleuze y Guattari también concluyen que la ley es el vacío mismo, a partir del cual Kafka denuncia la proliferación esquizofrénica de la ley: todos los ciudadanos están conectados a la ley, la sociedad entera es cómplice de todo proceso, pues todos cuidan esa ley sin nombre, por la fascinación que ejerce el poder. Una ley que se reproduce como las escobas de El aprendiz de Brujo, mostrando su faz perversa, obscena y terrorífica, al instituir una culpa sin nombre ni juicio.

Lo destaca la misma Ana Lucas Hernández: “[…] la originalidad de las novelas como El Proceso o El Castillo descansa en la censura de la estructuración de la sociedad a partir de una administración fuertemente burocratizada que diluye y distancia al poder y le permite gobernar en un anonimato de mil voces confundidas, que asegura su legitimación y pone en marcha un mecanismo de dominación donde el individuo se siente perpetuamente cogido por sorpresa, y cuyo contacto con él es siempre indirecto pues nunca llega a contemplar su rostro porque al poder, como si de un rito de iniciación se tratase, no se llega nunca” (Lucas Hernández, El trasfondo barroco de lo moderno, Madrid, UNED, 1988:234-235).

El énfasis a las autocríticas que Kafka se dirige, tanto en la Carta al padre como en su obra, cual implacable tribunal interior, a veces descuida las denuncias que Kafka hace en América: la indiferencia de pasmo de los obreros huelguistas, que no son capaces de indignarse por sus miserables condiciones de trabajo. Lo mismo le pasa a Josef K., que no puede agitarse contra la ley, ni librarse de la culpa. Como Josef K. no siente miedo, no trata de huir. Lo mismo le sucede al trágico héroe de Metamorfosis, Gregorio Samsa, que

deviene escarabajo, se deja humillar con docilidad por su infame familia, a pesar de todos los sacrificios realizados para satisfacer sus burgueses excesos. Y el Aforismo 13, en las reflexiones de Kafka, que evoca una Jaula en busca de un pájaro (Jan Kott, "La jaula en busca de un pájaro", Revista Plural (México), no. 142, 1983). Una alegoría de la cacería a la que cualquier ciudadano está expuesto; una jaula en espera de una víctima; la jaula es el dispositivo: metáfora de la sociedad disciplinada y carcelaria, que ilustra Michel Foucault en su ensayo sobre el Panóptico de Bentham, El ojo del poder (Foucault, "El ojo del poder", Madrid, La Piqueta, 1979:9-26). Y el alienado Poseidón del siglo XX, contando océanos, sin tener tiempo para seducir a las sirenas, jugar con los caballitos de mar o tomar el sol en las blandas arenas, que caracteriza al pálido burgués que vive para contabilizar y engordar su narcisismo económico o político, sin tener tiempo para disfrutar de la vida.

La Carta al padre y obra de Kafka son dispositivos que trazan líneas de fuga hacia el futuro, cual profecías que anuncian los peligros que tocan a la puerta: el nazismo, el autoritarismo, el totalitarismo, el imperialismo y la burocracia soviética.

Una obra literaria —dicen Deleuze y Guattari— que es un dispositivo más peligroso que la crítica, pues está dirigida al presente para denunciar y revolucionar el futuro. Un texto que no pretende fugarse del mundo sino provocarle fugas, profetizar los horrores que llegan al umbral de la historia: la guerra, la tortura, el holocausto, las fábricas, las cárceles, las mafias, los poderes fácticos y los partidos.

Kafka no es enemigo del proletariado, sino un incomparable fotógrafo de la burocracia soviética y los populismos, que permite comprender la prohibición de sus obras por el politburó soviético. Por ello los rusos mostraron tanta indiferencia ante la demanda que Jean Paul Sartre: coherencia con respecto a las relaciones entre la cultura y la política (Sartre, Congreso de la Paz, Moscú, 1962).

Kafka, como suele decir, “no es tanto un espejo de la realidad actual, sino un reloj adelantado”. Deleuze y Guattari lo advierten: “De ahí las dos tesis principales de Kafka: la literatura como reloj que se adelanta y como un problema del pueblo” (Deleuze y Guattari, Kafka, por una literatura menor, México, Era, 1978:121). Novalis, el poeta romántico, cual revelación poética, dice que un auténtico escritor debe ser poético y profético. Lo ilustra el Aforismo 24 de las reflexiones kafkianas: el presente no necesita ser informado, no exige ser desmontado, pues es lo positivo, la consumación de los hechos; en cambio lo negativo, el advenimiento del porvenir, es el que exige ser desmontado (Jan Kott, "La jaula en busca de un pájaro", Revista Plural (México), no. 142, 1983).

¿Qué se puede esperar de esta ley perversa que denuncia Kafka, tanto en la Carta al padre como en su obra? Ana Lucas Hernández en compañía de Benjamin dice, siguiendo a Kafka, que en efecto sí existe esperanza, mucha esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros. Porque “La esperanza sólo nos ha sido dada para los desesperanzados […] La tensión que marca —según Benjamin— la constatación de la imposibilidad de la esperanza en lo histórico y, sin embargo, el anhelo humano de alcanzarla, aparece claramente en el análisis que realiza de la alegoría de la esperanza en Calle de sentido único, como imagen de una tensión imposible de reunificar. ‘Florencia, Bautisterio. En el portal la Spes de Andrea Pisano. Sentada, alza los brazos con gesto desvalido hacia un fruto que le resulta inalcanzable. Y sin embargo es alada. Nada más verdadero’ ” (Ana Lucas, El trasfondo barroco de lo moderno, Madrid, UNED, 1988:90-91).

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