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Pan y Toros

Por: Rosario Herrera Guido

La protección de los animales

forma parte esencial de la moral

y de la cultura de los pueblos civilizados
Benito Juárez

El torero se cubre de luces

para ocultar sus deseos criminales

y los de todos, criadores de toros de lidia y aficionados.

Mo Yan (Premio Nobel de Literatura 2021).

En el marco de la reciente Conferencia “La tauromaquia como ecocidio. Argumentos culturales para su abolición”, dictada este 22 de febrero por el reconocido Doctor en Filosofía Patrick Llored, profesor de ética aplicada de la Universidad Lyon, Francia, gracias al interés por una cultura de paz y la hospitalidad de la Dip. Brenda Fabiola Fraga Gutiérrez, en el Salón de Recepciones del H. Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo, la preocupación y la reflexión por este añejo, bárbaro y virreinal espectáculo, cruento legado de la Conquista Española, tan vinculado a la violencia social, no debe ser abandonado, menos ante la reciente Iniciativa de Ley, enviada por el Ejecutivo Federal al H. Congreso de la Nación, que contempla el bienestar animal y la prohibición del maltrato y la crueldad contra los animales, pero que deja fuera los espectáculos donde se ejerce la crueldad hacia los animales, para una posible consulta social, que se contradice con la concepción de los animales como seres sintientes y más con el deber del Estado de educar a la ciudadanía y pacificar el país.  

Más porque animalistas y ciudadan@s sensibles seguimos decepcionad@s con la foto y la noticia periodística del sonriente Gobernador, Alfredo Ramírez Bedolla, abrazando a dos toreros y dándole la bienvenida a la “fiesta brava”, y de los que se publicita vienen a engalanar a Morelia, mientras se les da la espalda faltando a la palabra comprometida a las y los animalistas, confrontándolos con la mal llamada “fiesta taurina” o peor aún “la pasión taurina”.

Ya Juan Ignacio Codina Segovia, en su magna obra “Pan y Toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español”, editada por Plaza y Valdés en 2018, mostró con rigor histórico siglos de pensamiento antitaurino silenciado en su país, que podemos ver reflejada en el nuestro. Un pensamiento antitaurino español que data del siglo XIII. Cuando relevantes juristas, filósofos, pintores, religiosos, militares, políticos, periodistas e historiadores dejaron su huella y un legado antitaurinos. Sin faltar talentosas y sensibles mujeres, que tuvieron destacados papeles en esa lucha histórica contra la barbarie, como defensoras de los toros en particular.

Pan y Toros es una obra rigurosa y convincente, alimentada por una exhaustiva tesis doctoral que el autor del libro defendió en mayo de 2018, en la Universidad de las Illes Balears y que se tituló “El pensamiento antitaurino en España, de la Ilustración del XVIII hasta la actualidad”. Una obra escrita con todo el rigor académico y científico que posee una investigación de hondo calado. Un gran esfuerzo de síntesis, pues resume 1200 páginas en 240.

Su principal objetivo es mostrar, con abundante bibliografía, que el antitaurinismo español no es algo actual o pasajero, que no es una cuestión propia de esa sociedad, sensible, moderna, progresiva y con acceso al conocimiento. Porque el antitaurinismo se remonta en ese país a tiempos remotos. El antitaurismo es tan antiguo que los cuatro argumentos que se usan hoy en día para combatir la tauromaquia —crueldad animal, gasto de dinero público, mala imagen de nuestro país y embrutecimiento social—, son los mismos que numerosos autores ya habían empleado desde el siglo XV, para denunciar la brutalidad tan propia de la tauromaquia.

De modo que si creemos que la denuncia de que la crueldad hacia un animal no puede ser el eje de una diversión o de un espectáculo es exclusiva y propia de nuestra era, estaremos cayendo en un craso error. Jurisconsultos, humanistas, religiosos y líricos como Gabriel Alonso de Herrera, Fray Luis de Escobar, Francisco de Amaya, Pedro de Guzmán, Fray Hernando de Talavera —confesor de la reina Isabel de Castilla, quien detestaba la tauromaquia— y hasta el mismísimo Quevedo, ya escribieron cada uno en su época en contra del cruel trato al que en la tauromaquia se somete al toro por mera diversión, por simple regocijo o crueldad e instinto criminal tan pobremente disfrazado.

Otro gran mérito del libro “Pan y toros”, es mostrar que las cuestiones que hoy en día socialmente más nos preocupan, ya inquietaron a algunos de los más destacados y relevantes antepasados. Como los dañinos efectos que la contemplación de las sanguinarias corridas de toros puede provocar en un niño o niña  de corta edad. Por lo que recientemente el Comité de Derechos del Niño de la ONU,  ha pedido a España que impida el acceso de los menores a las plazas de toros por las nocivas consecuencias que las violentas escenas taurinas pueden generar en una mente en formación, pues como revela Pan y Toros, esta preocupación ya fue campo de batalla de los más célebres antepasados antitaurinos, como José Clavijo y Fajardo, un ilustrado canario, quien a mediados del siglo XVIII, denuncia que la exposición de los menores a los estímulos bárbaros de la tauromaquia provoca la deshumanización y la pérdida de sensibilidad de los niños y niñas, con las funestas consecuencias sociales que esto no solo se puede suponer sino asegurar.

Una exigencia que nos convoca a corroborar si la iniciativa aprobada por el H. Congreso de Michoacán, de impedir la entrada a menores de 12 años, se está cumpliendo. Una iniciativa por cierto traicionada, porque la demanda animalista y social era que como en las películas pornográficas, no debían entrar los jóvenes a ese añejo y bárbaro espectáculo virreinal, herencia de la conquista de México, sino hasta la mayoría de edad. Ya que se trata de un sacrificio trágico (tragos=chivo, y odia =canto o chillido; el chillido del chivo en su sacrificio), que ya no debía tener cabida  en una sociedad moderna, culta y humana, “sabia y buena”.

Con referencias, documentos y citas, Juan Ignacio Codina Segovia, evidencia la gran mentira que se esconde detrás del pensamiento único taurino: históricamente, desde sectores tauromáquicos se han llevado a cabo todo tipo de componendas, engaños y fabulaciones con el único objeto de minimizar, silenciar, ridiculizar y desprestigiar al antitaurinismo español, en el que podemos vernos como en un espejo.

Una bárbara impostura taurina para la que como no significan nada el pensamiento y la letras de Miguel de Unamuno, Francisco de Goya, Miguel Hernández, Pardo Bazán, Azorín o Quevedo, han sido víctimas de las artimañas, para minimizar su antitaurinismo, hasta llegar a la taurinización, la apropiación taurina de la memoria de artistas como Goya o Miguel Hernández, cuando no se les puede negar, ni taurinizar, y llegar al extremo del ataque, la ridiculización y el desprestigio, por expresar libremente su pensamiento contra la violencia y la crueldad.

Otra de las grandes barbaridades que denuncia Pan y Toros es la denuncia de otra manipulación tan histórica, y tan actual, como las otras. Me refiero a ese interés existente desde sectores taurinos en cosificar al toro, mostrarlo como un ser despiadado, ávido de maldad y con los ojos inyectados en sangre,  como un asesino que no merece la más mínima compasión, sino todo lo que le pasa en durante la corrida.

Pero desde tiempo inmemorial, el toro ha sido defendido como un ser pacífico, herbívoro, un rumiante que sólo ataca en defensa propia y que jamás embestiría si tuviera la oportunidad de huir. Pero los taurinos ocultan perversamente esta imagen pacífica del toro al público. Quevedo decía de este noble que solo era “el marido de la vaca”, y Jesús Mosterín, Pedro de Guzmán, Gabriel Alonso de Herrera o Fray Luis de Escobar, afirman que el toro se siente acorralado en la plaza y, como no puede huir, se defiende del único modo en que sabe y puede. Porque de poder huir, huiría. En eso consiste la gran perversa mentira taurina.

Pan y Toros, del brillante investigador Juan Ignacio Codina Segovia arroja una deslumbrante luz en las tinieblas donde la fiesta de luces permanece como cruento negocio a sus anchas, con la complicidad de los “gobiernos” y durante siglos. Poe ello Pan y toros espera ser un faro en mitad de la noche, frente a la barbarie, la ignorancia, la brutalidad, los propósitos o despropósitos conscientes o inconscientes, de gobernantes y taurinos, en estos tiempos en que toda iluminación de la razón todavía es poca. 

Pan y toros recuerda también la analogía del pan y circo romano. Como advierte Peter Sloterdijk, el filósofo alemán, en su libro “Normas para un parque humano”(Sloterdijk, Siruela, 2000), en la cultura los seres humanos se ven reclamados por dos grandes poderes: la inhibición y la desinhibición. El humanismo recuerda la perpetua batalla por lo humano, entre las tendencias embrutecedoras y las pacificadoras, las educadoras y la pulsión de muerte, como diría Freud (que no es educable, sólo sublimable, gracias a las actividades culturales, de las que el Estado siempre se queda corto). Y que en tiempos de Cicerón, estos dos polos se radicalizan. Los romanos, creadores del derecho, contradictoriamente o perversamente, son los inventores de los anfiteatros, las peleas entre animales a muerte, y cuando se acaban los animales del norte de África, ponen a luchar a muerte a los gladiadores, montan los espectáculos de ejecución, inventan la crucifixión, el Coliseo Romano, el más exitoso del mundo antiguo (medieval, moderno y contemporáneo),para distraer de los asuntos de la ciudad a su pueblo, con pan y circo, hasta la actualidad, para disponer de los puestos los impuestos y el poder. Y el homo inhumanus ruge en los estadios y las plazas de todo el mundo mediterráneo y contemporáneo, como una técnica imprescindible de gobernar. Sólo pervive el humanismo como la resistencia de la cultura frente al circo romano y todos los espectáculos cruentos, como una fuerza generadora de paz y sensatez, que los romanos cultos, lectores y escritores llamaron humanitas.

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